Ahí estaba frente suyo, ¿cuántas broncas le había traído ese mísero cuerpo encallado? Una vez más, como hace varios años atrás, cuando todo era mentira y un poquito de algo, incrementaba esa nada y se llenaba de eso que era un poco de verdad para dejar la nada y pasar a hacer algo, el aire le empezaba a resultar más puro, el pelo más suave, los nudos más desatables y el paso más firme.
Había vivido varios años en Montevideo, también unos meses en París, pero ahora, aburrida, pasaba sus días en una habitación luminosa de Buenos Aires. El olor particular de este mes se caracterizaba por ser mitad a rancio, mitad a cloro, húmedo por la noche y de día olía a alquitrán.
Las secuelas de 5 años de noviazgo se resumían en margaritas con limón y un par de comportamientos obsesivos adquiridos que se repetían reiteradamente, es decir, tal como cualquier otra obsesión. Algunas de ellas, consideradas relativamente normales dentro de lo anormalmente permitido en la sociedad moderna occidental. Como por ejemplo, los zapatos alineados en el armario, ambos mirando para el mismo lado; los adornos perfectamente ubicados en la cómoda sin ninguna posibilidad de que cambiaran de alojamiento en un futuro. Había otros que resultaban un poco más insoportables, al menos de acuerdo a su nivel de tolerancia. Imágenes mentales en blanco y negro, rodaban en la mente al menos veinte veces por día, llegando a veces a ver la misma película unas cien veces en pocas horas. Lo molesto era que las tomas podían llegar a ser más de mil, y siempre las mismas, correspondían a fragmentos dispersos de su vida de forma anacrónica y desparramada. El orden, de la uno a la mil, era el mismo, y la velocidad podía variar y llegar a microsegundos por flash de vida. Durante el tiempo que duraba la representación, no podía hacer más que dejarlas pasar de principio a fin, como una convulsión totalmente involuntaria corporal.
Y allí estaba, enredada bajo un dejo de incertidumbre, que era parte del vestigio amargo que le dejaba el episodio.
Después de ese segundo, o esos 10 segundos, no podía precisarlo, se volvió a mirar, frente a ese espejo. Detenidamente.
Primero re-descubrió sus ojos, los delineó con el dedo derecho, apoyándolos en el cristal, acariciando su propia mano y ojos al mismo tiempo. Los vio demasiado claros y puros. De todas formas, le parecieron normales y ordinarios. Desafiando la propia incomodidad de ese contacto visual con ella, dejó transcurrir algún tiempo y fue cuando se sintió excesivamente intimidante, casi amenazante. De repente, sin darse cuenta devino la ternura. Mágicamente y en una mezcla de desasosiego, sorpresa y miedo, eran en ese cuarto, dos personas, que ahí vulnerables, estaban entregadas a la esencia y verdad más profunda, al desnudo, al riesgo. Las pupilas sintieron compañía de las diplomáticas lágrimas que perfectas quedaban en el ojo. Caían en la mejilla tersa, color mate, y en las pestañas hacían simular un rimel negro intenso. Su boca carnosa saboreaba la sal y su prominente cuerpo lucía rosado, mojado. Tan real. Se estremeció por lo sorprendentemente hermosa que era. Erizada la piel recibía al pelo largo que tapaba sus senos ya no tan compactos. El llanto en medidas de gordas gotas, transformaron su piel en albergues minúsculos y especiales de aquellas. Apoyó su mano en la cintura, la abrazó con ganas, se acercó al espejo nuevamente y murmuró:
- qué amor tan puro, genuino…qué amor tan simple e infinito.
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